La medicina, a pesar de sus avances, está plagada de errores. Se estima que, solo en Estados Unidos, cientos de miles de personas mueren cada año por malas prácticas médicas. Si en una ciencia tan rigurosa como la medicina el error humano es tan grande, es inevitable preguntarse qué pasa en otras áreas de la salud, como la psicología.
Este artículo no es una invitación a no creer en la ciencia ni a no ir a terapia. Al contrario, la terapia funciona. Sin embargo, los criterios para medir su eficacia a menudo son confusos.
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En un mundo de redes sociales donde un nutricionista promueve una dieta con «evidencia científica» y otro, con la misma «evidencia», promueve una diametralmente opuesta, es difícil saber en qué creer.
Se nos dice que debemos «sanar» nuestros traumas para ser felices. Pero el expresidente de la Asociación Estadounidense de Psicología, Martin Seligman, afirma que no hay evidencia científica que relacione los eventos de la infancia con el éxito o la felicidad en la adultez. Aunque esta postura es polémica, plantea una pregunta clave: ¿estamos usando nuestros «traumas» como excusa para evadir la responsabilidad de nuestras propias decisiones?
Hoy, cualquier comportamiento nocivo se puede etiquetar como una patología psicológica. La «defensa por locura» nos permite justificar la mala conducta, el pecado y la tragedia.
Los memes y videos humorísticos sobre el alto costo de la terapia reflejan una cruda realidad: se nos hace creer que la felicidad y la solución a nuestros problemas solo se consiguen con dinero para pagar sesiones. El mensaje es claro: si no puedes pagar un psicólogo, estás condenado a ser infeliz.
Pero tal vez no todo es un problema psicológico. No todo es depresión o trastorno. A veces, la frustración por una mala racha de transmisión es simplemente eso: frustración, no una enfermedad mental. Creer lo contrario nos priva de la oportunidad de aprender de nuestras propias emociones y nos hace externalizar la responsabilidad de nuestras decisiones.

Incluso si decides ir a terapia, ve con expectativas realistas. Tu psicólogo no va a terminar la relación con tu pareja tóxica, no te despertará cada mañana para que te conectes y no te motivará todos los días. Al final, tu felicidad y tu éxito dependen solo de ti.
Si tienes los recursos, ve a terapia. Inténtalo y cree en el proceso. Pero si después de un tiempo prudencial no ves progreso más allá del efecto placebo, considera cambiar de psicólogo o aceptar que la terapia, al menos por ahora, no es lo tuyo. Y eso, no está mal.